sábado, 1 de mayo de 2010

LAS PULSERAS SUENAN CUANDO SON DOS

EPISODIO OO8
JACQUELINNE

Un puñado de fotos esparcidas en el suelo del salón, las glicinas frescas en un jarrón de cristal sobre la mesa, el rumor del tráfico en la autovía, el color del limo de las salinas a la luz del ocaso, y un bosque de coníferas al fondo... Imágenes que asaltan a Jacquelinne, por encima de las voces que cantan desconsoladas, por encima de los improperios de Raúl, por encima de la turbadora visión de aquellos dos daneses bailando despreocupadamente.
¿Qué le ocurre a Jacquelinne?
Jacquelinne siente nostalgia de algo que aún no ha vivido, pero no lo sabe. Esas imágenes no la arrebatan por su sofisticación, ni son la premonición de una vivencia excitante. Constituyen un remanso de paz y serenidad, una fisura en el transcurso de su vida: algo tan sencillo como un día en la playa, como la vuelta a casa en coche, escuchando, pongamos por caso, a Sinead O' Connor, o Julee Cruise. Un estado que ella sueña con alcanzar, y que ahora se le revela en el baile provocativo, en el vello abundante de las piernas del muchacho más joven. Sí, en su atuendo excesivo, en su dentadura sana y cuidada, en cada pliegue de su piel, la palabra plenitud aparece impresa nítidamente. Jacquelinne, como haría la mayoría, no piensa en gestos obscenos, ni en ciudades oscuras y húmedas, ni en la soledad. Muy al contrario, piensa en una civilización competente y preparada, tolerante y sabia, donde sus anhelos de ser cada día un poco más perfecta y serena no rompiesen con la pequeña realidad cotidiana.
Ahora se está cepillando el pelo, antes de tenderse en el sofá a dormir unas cuantas horas. Lleva un camisón de la madre de Raúl, que se encuentra de viaje. Está sola en el salón, con las persianas echadas, acompañada por el tamborileo monótono de la lavadora al otro lado del tabique de cartón. Y sigue soñando, con esa casa desierta de grandes ventanas orientadas a la puesta de sol. Con sus vestidos blancos y praderas donde la vista se pierde...