sábado, 1 de mayo de 2010

LAS PULSERAS SUENAN CUANDO SON DOS

EPISODIO OO8
JACQUELINNE

Un puñado de fotos esparcidas en el suelo del salón, las glicinas frescas en un jarrón de cristal sobre la mesa, el rumor del tráfico en la autovía, el color del limo de las salinas a la luz del ocaso, y un bosque de coníferas al fondo... Imágenes que asaltan a Jacquelinne, por encima de las voces que cantan desconsoladas, por encima de los improperios de Raúl, por encima de la turbadora visión de aquellos dos daneses bailando despreocupadamente.
¿Qué le ocurre a Jacquelinne?
Jacquelinne siente nostalgia de algo que aún no ha vivido, pero no lo sabe. Esas imágenes no la arrebatan por su sofisticación, ni son la premonición de una vivencia excitante. Constituyen un remanso de paz y serenidad, una fisura en el transcurso de su vida: algo tan sencillo como un día en la playa, como la vuelta a casa en coche, escuchando, pongamos por caso, a Sinead O' Connor, o Julee Cruise. Un estado que ella sueña con alcanzar, y que ahora se le revela en el baile provocativo, en el vello abundante de las piernas del muchacho más joven. Sí, en su atuendo excesivo, en su dentadura sana y cuidada, en cada pliegue de su piel, la palabra plenitud aparece impresa nítidamente. Jacquelinne, como haría la mayoría, no piensa en gestos obscenos, ni en ciudades oscuras y húmedas, ni en la soledad. Muy al contrario, piensa en una civilización competente y preparada, tolerante y sabia, donde sus anhelos de ser cada día un poco más perfecta y serena no rompiesen con la pequeña realidad cotidiana.
Ahora se está cepillando el pelo, antes de tenderse en el sofá a dormir unas cuantas horas. Lleva un camisón de la madre de Raúl, que se encuentra de viaje. Está sola en el salón, con las persianas echadas, acompañada por el tamborileo monótono de la lavadora al otro lado del tabique de cartón. Y sigue soñando, con esa casa desierta de grandes ventanas orientadas a la puesta de sol. Con sus vestidos blancos y praderas donde la vista se pierde...

miércoles, 28 de abril de 2010

GACELAS (MICRORRELATO)

Os dejo el enlace en el que podreis leer Gacelas, un microrrelato que compite en la factoria Fnac. En esta ocasión habrá una votación popular, así que si os gusta, no dejeis de votarlo.
http://factoria.fnac.es/concursos/tercer-concurso-microrrelatos/gacelas

viernes, 12 de febrero de 2010

LAS PULSERAS SUENAN CUANDO SON DOS

EPISODIO 007
SEMILLAS DE RENCOR

Diario
Junio de 2004, finales...
Demasiadas noches despertándome al alba envuelto en sudor. Primero me duele el pecho -la piscina, probablemente-, y luego pienso que debe ser Leo. Entiendo que, en realidad, es Rickie quien me atormenta. No lo veo desde hace tres meses. Un par de veces he recibido llamadas perdidas desde un teléfono con identidad oculta. Sospecho que podría tratarse de él, o de Nini, quien por cierto se ha dedicado a difundir la noticia de nuestra ruptura, pero argumentando que es Rickie quien me ha dejado a mí. No merece la pena añadir más sobre esto. Qué poco me importan sus artimañas adolescentes...
Lo único que quiero es vivir en paz, si es que me dejan.
Llevo meses evitando a Raúl y a los demás; no sé bien por qué, al menos no del todo: ahora no me apetece que me calienten la cabeza hablándome de Rickie y sus nuevas ocupaciones, pero la verdad es que dejé de verlos mucho antes de que rompiéramos. Estoy avergonzado, no sé. Todavía no entiendo cómo he permitido que Rickie agarrase mi vida entera y la introdujese en un paréntesis, cuya llave se ha perdido. Después del amor viene el amor, y bien sé que duele.
Necesito tiempo para redirigirlo todo.
El calvario comenzó hace más de un año: a finales de abril supe que habían rechazado mi solicitud para cursar el máster en arqueología; y al cabo mataron a Leo. Rickie llegó unos seis meses más tarde. La tontería de nuestro enamoramiento ha logrado eclipsar la ansiedad que tenía por definirme profesionalmente, por marchar de aquí, siguiendo los pasos de Leo y de la gente que me importaba. También se ha desvanecido la nostalgia de Leo y de nuestros planes. Nunca volverá, y puesto que no hay marcha atrás posible, es algo que ha dejado de preocuparme. La situación no sería la misma si Leo siguiese con vida y nos hubiésemos peleado. Seguramente yo habría adoptado el rol de macho castigador y le habría humillado todas las veces que hubiera podido. Aunque luego me introdujese entre las sábanas de mi cama temblando de dolor.

*****

-
¿De qué habeis hablado Ati y tú tanto tiempo?
Raúl y Jacqueline estaban terminando de limpiar el local. Hacía rato que habían cerrado.
-De Álvar, como de costumbre.
-¿Le dijiste que se pasara por aquí?
-¿A quién?
-A Ati.
-No.
-Desde luego, voy a levantar el negocio con tu ayuda.
-¿Y qué quieres? -Jacqueline lo fulminó con la mirada- Mejor no sigamos por ahí.
-¿Cómo está Álvar? ¿Se ven a menudo?
-No. Ati, que lo conoce bien, opina que necesita tiempo. Y no se refería a Rickie. Por eso te dije antes que no lo llamaras.
-¿Y a quién se refería?
-A Leo, obviamente.
-¡Otra vez con Leo!
-No sé yo qué esperas, tú. Enrique está en la cárcel, pero sigue jodiéndonos a todos con tanta contradicción. Y el otro sigue suelto, te lo recuerdo.
-Yo creo que lo hizo Enrique sin ayuda de nadie más.
-Está comprobado que hay otro implicado. Pero Enrique le tiene miedo y no dirá nada.
-¿Tú crees? -Raúl la agarró con fuerza por el brazo.
-¡Ay! Yo qué sé... sólo son suposiciones. Lo único que sé es que Leo está ansioso porque todo acabe de una vez.
-Es lo que queremos todos -farfulló Raúl poniéndose las sandalias- La vuelta a la normalidad. Y con Álvar entre nosotros.
-Pues no lo presiones -dijo Jacqueline cogiendo del perchero un bolso minúsculo- Ya vendrá él. Ya vendrá.
Apagaron las luces y salieron a la calle desierta.
-Vente a casa conmigo, niña.
Jacqueline puso los ojos en blanco y zarandeó su bolso ante la cara de Raúl.
-No me las he traído. Como no me has avisado antes...
-Espera. Eso te lo soluciono yo -Raúl entró en Gladys y realizó una llamada desde el teléfono fijo. Luego salió y cerró la puerta con la llave.
-Servicio a domicilio -sonrió triunfal- Vente tranquila.

*****



LAS PULSERAS SUENAN CUANDO SON DOS

EPISODIO 006
SEMILLAS DE RENCOR

Álvar estaba echado en su cama, escuchando música con unos auriculares que había comprado aquella misma tarde en Media-Markt. Depeche Mode, Air, cedés comprados también recientemente. Anotaba algunos de sus pensamientos en trozos de papel -hojas de cuaderno, tickets de compra, kleenex, folios amarillentos-, que luego apilaba apresuradamente y guardaba en una carpeta, como simulando que se trataba de aburridos apuntes de la facultad. Sospechaba que su hermana tenía la costumbre de husmear sus estanterías a la caza de todo lo que pudiera parecerse a un diario personal, pero sin llegar a hacer un rastreo a fondo, pasando por alto el material académico, aquellas carpetas de cartón azul con gomillas que ocupaban toda la balda inferior de la estantería. Sus anotaciones íntimas se conservaban en muchas de esas mismas carpetas; en ocasiones, camufladas con los propios apuntes. Pensaba que de ese modo estaba a salvo.
Álvar tenía hambre. A los pies de la cama tenía un paquete de patatas fritas del que aún quedaba la mitad, más o menos; pero le apetecía algo más suculento, tan suculento como una de las jugosas hamburguesas de ternera que preparaban en un veinticuatro horas propiedad de unos chinos, no muy lejos de allí. Mostaza casera, dos buenas rodajas de tomate, y cheddar fundido. Miró la hora en su reloj de pulsera -el mismo Casio que llevaba desde los diez años-, se puso en pie y se acarició el abdomen por debajo de la camiseta, buscando con la mirada unos pantalones que ponerse en los montones de ropa que había a su alrededor. Se decidió por unos viejos chinos de algodón, y mientras se los ponía, oyó la voz de Ati llamándolo desde la calle. Alzó un poco la persiana y sacó la cabeza.
-Ya bajo -dijo con una sonrisa.
-¿Te he despertado?
Álvar dijo que no, y le hizo un gesto con la mano.
Regresó al interior de la habitación, a la luz ténue del flexo, a los montones de ropa, a los ritmos de Air, que llegaban como en sordina a través de los auriculares. Dubitativo, revolvió con la mano la cima de uno de los montones: un jersey de lana, una camisa arrugada, la parte de arriba del pijama de su hermana... Al final, decidió que saldría a la calle con la camisa de tirantes que vestía en ese momento, la misma que había usado como pijama durante las últimas noches.
-Quería que hablásemos un rato -le dijo Ati tras saludarle con los dos besos de rigor.
Echaron a caminar, cabizbajos, a través del descampado. Les llegó el olor de una fogata, y los ladridos de los perros.
-¿Has cenado?
-Sí.
-Bueno, vamos al chino de todos modos. Estaremos bien.
-¿Cómo va todo, Álvar? No te hemos visto últimamente.
-Va, simplemente. ¿Te ha mandado Raúl de inspección?
-No.
¡Ah! Su fiel Ati, que con el correr de los años no perdía la costumbre de molestarlo en mitad de la noche.
-Tampoco hemos sabido nada de Rickie... Aunque para ser sinceros, a mí él me la suda -añadió Ati rápidamente.
-¿Quieres decir que no es él quien te preocupa?
-Rickie y yo no hemos sido amigos. De nunca.
De repente Álvar se encontró mucho más animado. Se echó a reír mientras asentía con la cabeza. Luego dejó de hacerlo: Ati era muy susceptible, y él no deseaba hacerla sentir incómoda.
-Pensándolo mejor, no tenemos porqué quedarnos en el chino si no tienes hambre. Pillo mi hamburguesa y te llevo a un sitio mejor. Solía ir allí con Leo.

*****

La noche en Gladys seguía su curso habitual. Raúl no estaba de mal humor: habían abierto hacía un par de meses, y el negocio parecía salir a flote. Aún no habían conseguido un aforo completo, como en los buenos tiempos del Triple XXX; pero tampoco es que andase saludando a los parroquianos cada noche. Había movimiento de gente nueva, que él intentaba estimular inventando fiestas temáticas, y contando con la animación semanal de Jacqueline, quien representaba un show de karaoke muy atractivo para los turistas extranjeros. En ocasiones, utilizaba una cacatúa mecánica para un número de danza, que la gente acompañaba batiendo palmas entre risas.
-Sí -decía Raúl en confianza a Tollita- cada día llega gente nueva, y aún no le hemos dado suficiente publicidad. Tendrás que repartir flyers muy pronto.
-Vale -dijo Tollita sin levantar la vista del móvil.
-Como empieces a cobrar el precio de la entrada voy a tener que subirte mis honorarios -gritó Jacqueline desde el otro lado de la barra- No pensarás que voy a seguir todo el tiempo con esta mierda de favores que te hago.

Todos tus amigos se han ido de tu lado
estás solo en la ciudad

-¿Qué música es ésa que has puesto? -rugió Raúl dando un salto.
-Linda mirada. ¿Te gusta?

Bailas despacio sin compañía
estás tú solo en medio de la pista
todas las caras parecen la misma
sigues bebiendo hasta perder la vista

-Ya la estás quitando. Espantas a los hombres.
-Está todo bajo control -dijo Jacqueline al tiempo que señalaba con la cabeza a una pareja de chicos que bailaba al fondo del local. Uno de ellos vestía un pantaloncito imposible que escasamente le cubría el culo peludo. Una sudadera con capucha de vinilo. Zapatillas blancas de tenis con calcetines a juego. Se movía con total deshinibición, y Jacqueline, que lo había estado observando con cierto disimulado desde su posición en la barra, constató que su compañero, tal vez algo mayor, parecía muy enamorado de él.
-Que la quites -insistió Raúl.
Pero Jacqueline, que acostumbraba a utilizar su cabeza de vez en cuando para pensar, no lo escuchaba. La visión de aquellos dos chicos la había transportado muy lejos, a una vida de seguridad y confort, lejos de las brumas que envolvían la ciudad en la que había crecido, lejos del veneno de Raúl y de todos aquellos envidiosos.
-No te pongas farruca conmigo -decía Raúl-, estás aquí para lo que estás. ¿O crees que alguien va a contratarte en cualquier otro sitio?

jueves, 11 de febrero de 2010

LAS PULSERAS SUENAN CUANDO SON DOS

EPISODIO 005
SEMILLAS DE RENCOR

La llamaban Luisa, y era prácticamente una esclava



Raúl se estaba echando el último cigarrillo de la tarde. Había caminado a lo largo del paseo marítimo hasta llegar a la altura de Gladys. Se aseguró de que la puerta estuviera bien cerrada, y a través de los cristales, oteó el interior del local. Los taburetes sobre la barra. El cubo de la fregona junto a la puerta del servicio. Suspiró y sacó el paquete de cigarrillos de su bandolera. Se volvió de cara hacia la playa y se acodó en la baranda del paseo. Su teléfono no había sonado en toda la tarde. Cierto era que no esperaba ninguna llamada. A Jacqueline, sólo, pero eso era otra cosa, y no merecía demasiada atención. De hecho, no había pensado en ella durante la larga caminata, como tampoco había pensado en la luz desasosegante del atardecer, ni en los chicos aquellos que jugaban al voley-ball en slip. Los había visto, sí, sus siluetas recortándose nítidamente contra los últimos rayos de sol, esbeltas, ágiles. Supo, sin darse cuenta de que lo sabía, que tenían una piel bronceada y lisa, aterciopelada. Que estaban algo delgados para su gusto. Y que eran veloces, infatigables. Pero esto, como todo lo demás, se esfumaba de su mente tan pronto las figuras desaparecían de su campo de visión. Su cabeza era incapaz de retener las imágenes, ni las palabras. Si se le hubiera preguntado qué le habían parecido aquellos chicos en slip, habría respondido, encogiéndose de hombros, que estaban bien. Que no tenían más de un polvo. Pero no podía recrear en su imaginación los placeres de aquel polvo, el contacto de su cuerpo desnudo con aquellos otros. Por no hablar de todo lo que ignoraría de los muchachos: qué les hacía reír, o que pensaban de la ciudad, o porqué estaban tristes, y si eran de los desencantados. Simplemente, nada de esto existía para él.
Se terminó el cigarrillo y tiró la colilla a la arena, sembrada, a aquellas alturas de la tarde, de cristales rotos y cáscaras de pipas. Entró en Gladys y cerró la puerta con llave. Aún había claridad suficiente, así que no dio la luz. Lo primero que hizo fue quitarse las sandalias y ponerse unas cómodas zapatillas de deporte plateadas. Luego pasó la mopa por el suelo, colocó los taburetes alienados ante la barra y pasó el trapo por las mesas bajas y por los ceniceros. Puso algo de música en el radiocedé, y se preparó un cubata.
Hacía más de seis meses que no veía a Álvar.
La primera en llegar fue Tollita. Traía el pelo aún húmedo de la ducha, y aunque se había maquillado a conciencia, Raúl vio que estaba cansada.
-Volví a casa de buena mañana.
Se sentó junto a una de las ventantas que miraban al paseo marítimo, y se puso a juguetear con su teléfono móvil. Raúl le preparó un cubata y se situó a su lado.
-Mírame el biorritmo de hoy.
-Bueno -respondió Tollita.
Bebieron al mismo tiempo.
Luego Raúl encendió las luces y subió el volumen de la música. Intuía que los primeros clientes de la noche estaban al llegar, y serían los de siempre. El verano había traído a la ciudad oleadas de turistas procedentes de Alemania, Inglaterra y Dinamarca -aquel año, las agencias de turismo habían ofertado estancias de ensueño en la ciudad-, parejas de hombres maduros deseosos de tostarse en la playa y encontrar agradable compañía juvenil, complaciente, y como ellos, tranquila y con ganas de pasarlo bien.
-Tírame esto al cubo de la basura -dijo Raúl tendiendo a Tollita una pequeña bolsa de plástico- En el de la esquina.
-Vale -dijo dirigiéndose a la puerta- ¿No esperas a nadie hoy?
Raúl se golpeó la frente con la palma de la mano.
-¡Jacqueline!
Marcó su número en el móvil y dejó sonar un tono. Luego colgó. Al cabo de dos minutos, la llamó desde el teléfono fijo -si su jefe preguntaba, siempre podría decirle que se trataba de una llamada estrictamente profesional-.
-¿Qué quieres? -graznó una voz oxidada.
-¿Dónde estás?
-Pesado.
-¿Dónde estás? -insistió Raúl alzando la voz- Habíamos quedado a las ocho y media.
-Tienes trabajo.
-Y tú también. ¿Dónde estás?
-Llego en veinte minutos. Me he encontrado con Ati, y ya sabes cómo está últimamente.
-¿Álvar? ¡Joder! Voy a llamarlo ahora mismo.
-No hagas tonterías. Espera hasta que llegue yo, y esta vez, para variar, no adelantes conclusiones.
Colgaron.
Tollita había vuelto a ocupar su sitio y seguía concentrada en la pantalla de su teléfono móvil. Su vaso estaba vacío. Raúl preparó otros dos cubatas y se sentó con ella, machacando un trozo de hielo con los dientes. Tollita alzó su mirada inexpresiva, pero no se dijeron nada. Se oyó un ruido de risas en el recibidor. Habían llegado clientes.



jueves, 21 de enero de 2010

ROMA: UNA APROXIMACIÓN A LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA


La casa de Cultura de Chiclana (Calle Nueva, 20) acoge estos días una exposición sobre la Roma clásica, que viene acompañada de un ciclo de conferencias, representaciones teatrales y proyección de películas.
Mi conferencia, "Roma renacida: hacia una interpretación de los ideales estéticos clásicos en el siglo XXI" se adelanta al viernes 29 de enero, a las 19:30.

miércoles, 20 de enero de 2010

MEZZANINE: NOTAS SOBRE LA FILOLOGÍA HISPÁNICA Y LA ENSEÑANZA DE LA LENGUA CASTELLANA Y SU LITERATURA EN SECUNDARIA

Para sorpresa de muchos, los licenciados en filología hispánica no somos, por lo general, filólogos. El arte y práctica de la filología (según el DRAE "ciencia que estudia una cultura tal como se manifiesta en su lengua y en su literatura, principalmente a través de los textos escritos") nos resulta vagamente familiar, a pesar de que el curso de asignaturas y lecciones discurre por otros derroteros. En relación al hecho literario, la filología no es el único método "científico" (ni el mejor, por descontado) de aproximarse a él; existén también los comparatistas, teóricos de la literatura y críticos literarios. Los buenos lectores, abundantes en número, no son menos importantes.
Las limitaciones de la filología a la hora de abordar el hecho literario no pueden pasar desapercibidos para nadie: somos responsables de nuestra ignorancia. Obcecada en segregar, en analizar parcialmente, sólo responde a la preocupación por lo escrito en una determinada lengua; obviando las múltiples relaciones de solidaridad que se establecen entre obras procedentes de tradiciones distintas. Ya sabemos del interés de los escritores del "boom hispanoamericano" por la generación perdida (con Faulkner a la cabeza), o por el nouveau roman (sí, Alain Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute...). Sirva como ejemplo.
¿Y qué nos han enseñado, pues, durante 4 ó 5 años en la Facultad de Filosofía y Letras [de Cádiz, aunque pensándolo mejor, de casi cualquier otra]? Pues nos han enseñado lengua, por una parte, y por otra, literatura. La filología gravita como un fantasma en torno a unos cuantos privilegiados; los demás, los que hemos aprendido la lengua por una parte y la literatura por otra, terminaremos opositando a profesores de lengua y literatura de enseñanza secundaria. Que no es ni mejor ni peor que ser filólogo, ni más menos. Es otra cosa, simplemente. El hecho de ignorar algo tan obvio puede generar problemas.
¿Cómo vamos a enseñar la literatura en enseñanza secundaria? ¿Repitiéndonos cada mañana que somos filólogos, y que el conocimiento de la literatura se reduce a la transmisión de un cánon, de un corpus literario que destaca 2 ó 3 obras de cada período, y todas ellas en la misma lengua [el castellano] en este caso? ¿Lo haremos sin plantearnos quién ha confeccionado ese cánon y con qué intenciones? ¿Mutilaremos las incontables relaciones que se establecen con obras escritas en otras lenguas? ¿Echaremos mano del método historicista, abundante en datos, biografías, tendencias, veleidades eruditas ajenas al mundo de los adolescentes, y a la propia literatura a partir de la que se han generado? ¿Pondremos el grito en el cielo cuando algún otro colega arroje un punto de vista distinto, sobre una cuestión que por principio debe ser controvertible?
¿Llegaremos a entender que la literatura es un poderoso instrumento ideológico? ¿Que la lectura no es una actividad inocua, ni inocente, ni ingenua? ¿Que detrás de cada libro y cada perspectiva que lo ha abordado hay un ¿por qué?, una cuestión de necesidad? ¿Que como profesores estamos llamados a intentar hacer accesible a todos nuestros alumnos el placer de la lectura, de entender lo ausente, lo que no está, lo que no vemos?
La literatura [o la cultura literaria, en su defecto] no es algo estático, no es un cánon de treinta obras que todo alumno debe conocer, no se pasa de profesores a alumnos a través de unos apuntes manuscritos, amarillentos y rancios. No es así de simple. No consiste en obligar a nadie a leer La Regenta, ni a conocer el número exacto de versos del Cantar de Mio Cid, ni la tripartición propuesta por Menéndez Pidal. Se trata de que aprendan a leer con auténtica delectación, de enseñarles a elegir libremente y a saber las consecuencias de dicha elección. Que aprendan a reflexionar, a pensar, a argumentar, a través de la literatura sí, pero no sólo sobre la literatura. De manera que el día que visiten el Centro Pompidou, o la Tate Modern, ninguno suelte un "¿y eso es arte? Pues también lo hago yo".

domingo, 3 de enero de 2010

LAS PULSERAS SUENAN CUANDO SON DOS

EPISODIO 004
EL AROMA DE SU CUERPO ABRE UN MILLÓN DE OJOS EN LA NOCHE

Me llevé a Rickie a casa, por descontado. De los cuarenta minutos a pie que más o menos debió durar el trayecto recuerdo muy poco o nada, tal vez la satisfacción que me embargó, y que sentía crecer a medida que hablábamos, al ver que Rickie no fingía la ingenuidad de creerse que íbamos a cualquier otra parte, a alguna concurrida fiesta en el Bahía Bodega, como habíamos comentado en el Triple XXX. En cambio, ignoro hasta que punto era yo consciente de que aquella noche acabaríamos enredados en las sábanas de la cama de mi hermana, en parte porque todavía me gusta tontear con la idea de que Rickie era alguien razonablemente inexperto, y cándido. Seguramente, todas sus expectativas se verían colmadas al imaginar un beso en el portal de su casa -no vivía lejos de donde mis padres-, tal vez un magreo corto y un intercambio de números de móvil, con el timbre de un último mensaje retumbando entre las paredes de mi imaginación.


El timbre del teléfono comenzó a sonar cuando yo estaba a punto de abrir la puerta de mi casa. Entramos y me precipité hacia la mesita del teléfono, por temor a que despertase a mis padres, o intuyendo más bien alguna otra mala noticia -¿alguien en su sano juicio llamaría a las cinco de la madrugada para hablar de cualquier otra cosa?-. La luz del salón estaba encendida, y mi padre dormido en el sillón frente al televisor. Una breve nota sobre mi hábitat: procedo de una familia completamente normal, y en aquel entonces andaba empeñado en hacer de esto una auténtica tragedia. Descolgué el auricular:

-¡Álvar! -gimoteó Beatriz, la madre de Leo- Sabía que eras tú.

-Pero Beatriz, qué horas son éstas... -dije, antes de interrumpirme para intentar descifrar qué era todo el ruido que se oía al otro lado del teléfono.

-Ahora se ha puesto a decir que no fue sólo él, ¿qué vamos a hacer? El forense ha corroborado esta posibilidad, ya sabes que su adn no coincide del todo con lo que encontraron en el cuerpo de mi hijo...

Beatriz se refería a que la policía científica había probado que en el acto se vieron involucradas al menos dos personas, a juzgar por esta suerte de evidencias.

-¿Y ahora qué hacemos? ¡Yo no puedo más! -y de repente se oyó un rumor acuoso junto a Beatriz, insistente y molesto. Y su voz cambió de tono- ¿Ya te vas Victorina? ¿Y lo haces así, sin más, sin despedirte de mi, sin darme un beso? Qué mala que eres, ¿eh? Álvar, seguimos luego.

Y colgó. Para entonces mi padre se había levantado del sillón y farfullando cosas ininteligibles con su boca pastosa -según me comentó luego Rickie- se marchó a su cama arrastrando las babuchas. Yo había comenzado a temblar ligeramente, ante la expectativa de irme a la cama con Rickie y con Leo, sabiendo que éste último estaría tan presente que su cuerpo, tendido de costado, sería tangible bajo la sábana. Y Rickie y yo nos echaríamos una última mirada de estupefacción, antes de que éste se alejara de mí y de aquel cuarto.

Nada de esto ocurrió. Rickie no estaba dispuesto a desperdiciar el poco tiempo que le quedaba -pues debía regresar a su cueva antes de que amaneciese, por cuestiones obvias-, así que me agarró de la mano y dejé que me condujese a través del pasillo al primer cuarto que encontró (que resultó ser el de mi hermana, que pasaba la noche en una fiesta de pijamas en casa de alguien). Lo que ocurrió bajo la pila de ropa arrojada despreocupadamente sobre aquel catre ya os lo podeis imaginar, forma parte de esta historia y no tiene nada cuya originalidad obligase a relatarlo detalladamente. Inauguró, eso sí, una de las relaciones más turbias y movidas de cuantas he tenido hasta ahora, pero eso sí que es otra historia...