miércoles, 20 de enero de 2010

MEZZANINE: NOTAS SOBRE LA FILOLOGÍA HISPÁNICA Y LA ENSEÑANZA DE LA LENGUA CASTELLANA Y SU LITERATURA EN SECUNDARIA

Para sorpresa de muchos, los licenciados en filología hispánica no somos, por lo general, filólogos. El arte y práctica de la filología (según el DRAE "ciencia que estudia una cultura tal como se manifiesta en su lengua y en su literatura, principalmente a través de los textos escritos") nos resulta vagamente familiar, a pesar de que el curso de asignaturas y lecciones discurre por otros derroteros. En relación al hecho literario, la filología no es el único método "científico" (ni el mejor, por descontado) de aproximarse a él; existén también los comparatistas, teóricos de la literatura y críticos literarios. Los buenos lectores, abundantes en número, no son menos importantes.
Las limitaciones de la filología a la hora de abordar el hecho literario no pueden pasar desapercibidos para nadie: somos responsables de nuestra ignorancia. Obcecada en segregar, en analizar parcialmente, sólo responde a la preocupación por lo escrito en una determinada lengua; obviando las múltiples relaciones de solidaridad que se establecen entre obras procedentes de tradiciones distintas. Ya sabemos del interés de los escritores del "boom hispanoamericano" por la generación perdida (con Faulkner a la cabeza), o por el nouveau roman (sí, Alain Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute...). Sirva como ejemplo.
¿Y qué nos han enseñado, pues, durante 4 ó 5 años en la Facultad de Filosofía y Letras [de Cádiz, aunque pensándolo mejor, de casi cualquier otra]? Pues nos han enseñado lengua, por una parte, y por otra, literatura. La filología gravita como un fantasma en torno a unos cuantos privilegiados; los demás, los que hemos aprendido la lengua por una parte y la literatura por otra, terminaremos opositando a profesores de lengua y literatura de enseñanza secundaria. Que no es ni mejor ni peor que ser filólogo, ni más menos. Es otra cosa, simplemente. El hecho de ignorar algo tan obvio puede generar problemas.
¿Cómo vamos a enseñar la literatura en enseñanza secundaria? ¿Repitiéndonos cada mañana que somos filólogos, y que el conocimiento de la literatura se reduce a la transmisión de un cánon, de un corpus literario que destaca 2 ó 3 obras de cada período, y todas ellas en la misma lengua [el castellano] en este caso? ¿Lo haremos sin plantearnos quién ha confeccionado ese cánon y con qué intenciones? ¿Mutilaremos las incontables relaciones que se establecen con obras escritas en otras lenguas? ¿Echaremos mano del método historicista, abundante en datos, biografías, tendencias, veleidades eruditas ajenas al mundo de los adolescentes, y a la propia literatura a partir de la que se han generado? ¿Pondremos el grito en el cielo cuando algún otro colega arroje un punto de vista distinto, sobre una cuestión que por principio debe ser controvertible?
¿Llegaremos a entender que la literatura es un poderoso instrumento ideológico? ¿Que la lectura no es una actividad inocua, ni inocente, ni ingenua? ¿Que detrás de cada libro y cada perspectiva que lo ha abordado hay un ¿por qué?, una cuestión de necesidad? ¿Que como profesores estamos llamados a intentar hacer accesible a todos nuestros alumnos el placer de la lectura, de entender lo ausente, lo que no está, lo que no vemos?
La literatura [o la cultura literaria, en su defecto] no es algo estático, no es un cánon de treinta obras que todo alumno debe conocer, no se pasa de profesores a alumnos a través de unos apuntes manuscritos, amarillentos y rancios. No es así de simple. No consiste en obligar a nadie a leer La Regenta, ni a conocer el número exacto de versos del Cantar de Mio Cid, ni la tripartición propuesta por Menéndez Pidal. Se trata de que aprendan a leer con auténtica delectación, de enseñarles a elegir libremente y a saber las consecuencias de dicha elección. Que aprendan a reflexionar, a pensar, a argumentar, a través de la literatura sí, pero no sólo sobre la literatura. De manera que el día que visiten el Centro Pompidou, o la Tate Modern, ninguno suelte un "¿y eso es arte? Pues también lo hago yo".

1 comentario:

  1. ... sólo tiene que ver en parte, pero por comentar algo. Montenmedio, una finca en la que un hombre bien relacionado montó una mezcla de centro hípico y club social. Para ello dicen las malas lenguas que tuvo que tirar árboles aquí y allá, de forma ilegal pero consentida. Una multitita y tan amigos.
    Su hija, niña mona muy típica y propia, lleva lo que han denominado Exposición Permanente al Aire Libre, para artistas arriesgados y experimentales. Yo trabajaba para una revista que no era realmente de información, sino de propaganda, El Visitante, dirigida a los turistas extranjeros que llegaran a la provincia. Estaba allí con ella y uno de sus chicos. Él, no recuerdo ya si americano o inglés o canadiense, me contaba que una vez había comprado una casa prefabricada de esas de madera que tienen los yanquis, la había pasado por una trituradora, y después había apilado el serrín y las virutas resultantes... Ese gran montón fue vaciado en una gran sala de exposiciones. Representaba "el declive de la sociedad de consumo", "el fracaso de la civilización occidental", "la ruina de los tiempos modernos"... O algo semejante.
    Guardo esta anécdota, aún mal recordada y peor contada, como ejemplo de lo que hace la gente por ahí con la excusa del Arte.
    No, yo no podría hacer eso. Pero ni querría.
    Muchos enmascaran su falta de talento tras un rollo barato explicativo, más creativo eso sí que su propia obra.
    Un abrazo

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