domingo, 3 de enero de 2010

LAS PULSERAS SUENAN CUANDO SON DOS

EPISODIO 004
EL AROMA DE SU CUERPO ABRE UN MILLÓN DE OJOS EN LA NOCHE

Me llevé a Rickie a casa, por descontado. De los cuarenta minutos a pie que más o menos debió durar el trayecto recuerdo muy poco o nada, tal vez la satisfacción que me embargó, y que sentía crecer a medida que hablábamos, al ver que Rickie no fingía la ingenuidad de creerse que íbamos a cualquier otra parte, a alguna concurrida fiesta en el Bahía Bodega, como habíamos comentado en el Triple XXX. En cambio, ignoro hasta que punto era yo consciente de que aquella noche acabaríamos enredados en las sábanas de la cama de mi hermana, en parte porque todavía me gusta tontear con la idea de que Rickie era alguien razonablemente inexperto, y cándido. Seguramente, todas sus expectativas se verían colmadas al imaginar un beso en el portal de su casa -no vivía lejos de donde mis padres-, tal vez un magreo corto y un intercambio de números de móvil, con el timbre de un último mensaje retumbando entre las paredes de mi imaginación.


El timbre del teléfono comenzó a sonar cuando yo estaba a punto de abrir la puerta de mi casa. Entramos y me precipité hacia la mesita del teléfono, por temor a que despertase a mis padres, o intuyendo más bien alguna otra mala noticia -¿alguien en su sano juicio llamaría a las cinco de la madrugada para hablar de cualquier otra cosa?-. La luz del salón estaba encendida, y mi padre dormido en el sillón frente al televisor. Una breve nota sobre mi hábitat: procedo de una familia completamente normal, y en aquel entonces andaba empeñado en hacer de esto una auténtica tragedia. Descolgué el auricular:

-¡Álvar! -gimoteó Beatriz, la madre de Leo- Sabía que eras tú.

-Pero Beatriz, qué horas son éstas... -dije, antes de interrumpirme para intentar descifrar qué era todo el ruido que se oía al otro lado del teléfono.

-Ahora se ha puesto a decir que no fue sólo él, ¿qué vamos a hacer? El forense ha corroborado esta posibilidad, ya sabes que su adn no coincide del todo con lo que encontraron en el cuerpo de mi hijo...

Beatriz se refería a que la policía científica había probado que en el acto se vieron involucradas al menos dos personas, a juzgar por esta suerte de evidencias.

-¿Y ahora qué hacemos? ¡Yo no puedo más! -y de repente se oyó un rumor acuoso junto a Beatriz, insistente y molesto. Y su voz cambió de tono- ¿Ya te vas Victorina? ¿Y lo haces así, sin más, sin despedirte de mi, sin darme un beso? Qué mala que eres, ¿eh? Álvar, seguimos luego.

Y colgó. Para entonces mi padre se había levantado del sillón y farfullando cosas ininteligibles con su boca pastosa -según me comentó luego Rickie- se marchó a su cama arrastrando las babuchas. Yo había comenzado a temblar ligeramente, ante la expectativa de irme a la cama con Rickie y con Leo, sabiendo que éste último estaría tan presente que su cuerpo, tendido de costado, sería tangible bajo la sábana. Y Rickie y yo nos echaríamos una última mirada de estupefacción, antes de que éste se alejara de mí y de aquel cuarto.

Nada de esto ocurrió. Rickie no estaba dispuesto a desperdiciar el poco tiempo que le quedaba -pues debía regresar a su cueva antes de que amaneciese, por cuestiones obvias-, así que me agarró de la mano y dejé que me condujese a través del pasillo al primer cuarto que encontró (que resultó ser el de mi hermana, que pasaba la noche en una fiesta de pijamas en casa de alguien). Lo que ocurrió bajo la pila de ropa arrojada despreocupadamente sobre aquel catre ya os lo podeis imaginar, forma parte de esta historia y no tiene nada cuya originalidad obligase a relatarlo detalladamente. Inauguró, eso sí, una de las relaciones más turbias y movidas de cuantas he tenido hasta ahora, pero eso sí que es otra historia...

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