viernes, 12 de febrero de 2010

LAS PULSERAS SUENAN CUANDO SON DOS

EPISODIO 006
SEMILLAS DE RENCOR

Álvar estaba echado en su cama, escuchando música con unos auriculares que había comprado aquella misma tarde en Media-Markt. Depeche Mode, Air, cedés comprados también recientemente. Anotaba algunos de sus pensamientos en trozos de papel -hojas de cuaderno, tickets de compra, kleenex, folios amarillentos-, que luego apilaba apresuradamente y guardaba en una carpeta, como simulando que se trataba de aburridos apuntes de la facultad. Sospechaba que su hermana tenía la costumbre de husmear sus estanterías a la caza de todo lo que pudiera parecerse a un diario personal, pero sin llegar a hacer un rastreo a fondo, pasando por alto el material académico, aquellas carpetas de cartón azul con gomillas que ocupaban toda la balda inferior de la estantería. Sus anotaciones íntimas se conservaban en muchas de esas mismas carpetas; en ocasiones, camufladas con los propios apuntes. Pensaba que de ese modo estaba a salvo.
Álvar tenía hambre. A los pies de la cama tenía un paquete de patatas fritas del que aún quedaba la mitad, más o menos; pero le apetecía algo más suculento, tan suculento como una de las jugosas hamburguesas de ternera que preparaban en un veinticuatro horas propiedad de unos chinos, no muy lejos de allí. Mostaza casera, dos buenas rodajas de tomate, y cheddar fundido. Miró la hora en su reloj de pulsera -el mismo Casio que llevaba desde los diez años-, se puso en pie y se acarició el abdomen por debajo de la camiseta, buscando con la mirada unos pantalones que ponerse en los montones de ropa que había a su alrededor. Se decidió por unos viejos chinos de algodón, y mientras se los ponía, oyó la voz de Ati llamándolo desde la calle. Alzó un poco la persiana y sacó la cabeza.
-Ya bajo -dijo con una sonrisa.
-¿Te he despertado?
Álvar dijo que no, y le hizo un gesto con la mano.
Regresó al interior de la habitación, a la luz ténue del flexo, a los montones de ropa, a los ritmos de Air, que llegaban como en sordina a través de los auriculares. Dubitativo, revolvió con la mano la cima de uno de los montones: un jersey de lana, una camisa arrugada, la parte de arriba del pijama de su hermana... Al final, decidió que saldría a la calle con la camisa de tirantes que vestía en ese momento, la misma que había usado como pijama durante las últimas noches.
-Quería que hablásemos un rato -le dijo Ati tras saludarle con los dos besos de rigor.
Echaron a caminar, cabizbajos, a través del descampado. Les llegó el olor de una fogata, y los ladridos de los perros.
-¿Has cenado?
-Sí.
-Bueno, vamos al chino de todos modos. Estaremos bien.
-¿Cómo va todo, Álvar? No te hemos visto últimamente.
-Va, simplemente. ¿Te ha mandado Raúl de inspección?
-No.
¡Ah! Su fiel Ati, que con el correr de los años no perdía la costumbre de molestarlo en mitad de la noche.
-Tampoco hemos sabido nada de Rickie... Aunque para ser sinceros, a mí él me la suda -añadió Ati rápidamente.
-¿Quieres decir que no es él quien te preocupa?
-Rickie y yo no hemos sido amigos. De nunca.
De repente Álvar se encontró mucho más animado. Se echó a reír mientras asentía con la cabeza. Luego dejó de hacerlo: Ati era muy susceptible, y él no deseaba hacerla sentir incómoda.
-Pensándolo mejor, no tenemos porqué quedarnos en el chino si no tienes hambre. Pillo mi hamburguesa y te llevo a un sitio mejor. Solía ir allí con Leo.

*****

La noche en Gladys seguía su curso habitual. Raúl no estaba de mal humor: habían abierto hacía un par de meses, y el negocio parecía salir a flote. Aún no habían conseguido un aforo completo, como en los buenos tiempos del Triple XXX; pero tampoco es que andase saludando a los parroquianos cada noche. Había movimiento de gente nueva, que él intentaba estimular inventando fiestas temáticas, y contando con la animación semanal de Jacqueline, quien representaba un show de karaoke muy atractivo para los turistas extranjeros. En ocasiones, utilizaba una cacatúa mecánica para un número de danza, que la gente acompañaba batiendo palmas entre risas.
-Sí -decía Raúl en confianza a Tollita- cada día llega gente nueva, y aún no le hemos dado suficiente publicidad. Tendrás que repartir flyers muy pronto.
-Vale -dijo Tollita sin levantar la vista del móvil.
-Como empieces a cobrar el precio de la entrada voy a tener que subirte mis honorarios -gritó Jacqueline desde el otro lado de la barra- No pensarás que voy a seguir todo el tiempo con esta mierda de favores que te hago.

Todos tus amigos se han ido de tu lado
estás solo en la ciudad

-¿Qué música es ésa que has puesto? -rugió Raúl dando un salto.
-Linda mirada. ¿Te gusta?

Bailas despacio sin compañía
estás tú solo en medio de la pista
todas las caras parecen la misma
sigues bebiendo hasta perder la vista

-Ya la estás quitando. Espantas a los hombres.
-Está todo bajo control -dijo Jacqueline al tiempo que señalaba con la cabeza a una pareja de chicos que bailaba al fondo del local. Uno de ellos vestía un pantaloncito imposible que escasamente le cubría el culo peludo. Una sudadera con capucha de vinilo. Zapatillas blancas de tenis con calcetines a juego. Se movía con total deshinibición, y Jacqueline, que lo había estado observando con cierto disimulado desde su posición en la barra, constató que su compañero, tal vez algo mayor, parecía muy enamorado de él.
-Que la quites -insistió Raúl.
Pero Jacqueline, que acostumbraba a utilizar su cabeza de vez en cuando para pensar, no lo escuchaba. La visión de aquellos dos chicos la había transportado muy lejos, a una vida de seguridad y confort, lejos de las brumas que envolvían la ciudad en la que había crecido, lejos del veneno de Raúl y de todos aquellos envidiosos.
-No te pongas farruca conmigo -decía Raúl-, estás aquí para lo que estás. ¿O crees que alguien va a contratarte en cualquier otro sitio?

No hay comentarios:

Publicar un comentario