viernes, 25 de diciembre de 2009

LAS PULSERAS SUENAN CUANDO SON DOS

EPISODIO OO2
EL AROMA DE SU CUERPO ABRE UN MILLÓN DE OJOS EN LA NOCHE

La declaración de Enrique nos dejó tiesos y desorientados en los primeros momentos. Era cierto que algunos de nosotros lo conocíamos bien, pese a todos sus esfuerzos por asimilarse con naturalidad al telón negro que servía de fondo a sus actuaciones, conferencias, encuentros espontáneos o soirées organizadas por Leo en el jardín de su casa, pese a la propia venda que nos habíamos anudado sobre los ojos -como Beatriz, tan fascinada por el ilusionismo verbal de Enrique como asqueada de su necesidad casi fisiológica por ser el centro de atención en cualquier reunión, por íntima que fuese, aún a costa del propio Leo-, o tal vez como yo mismo, cegado por mis prejuicios y también por esos celos maquillados de cuitas de amigo íntimo que vela por la seguridad de aquel otro sólo un poco más joven. Luego llegó el horror de un juicio prolongándose en el tiempo, recreándose en detalles sórdidos e íntimos, las incongruencias de los testimonios, los juramentos atravesados, la promesa de los otros que esperaban su turno en la recámara, que venían detrás de él... Me dejaron hecho polvo, todos lo estábamos, pero sobre todo yo: no había posibilidad de diversión en compañía de otro que no fuera Leo. Me constaba por Raúl, y por algunas insinuaciones veladas de la nueva Jacqueline, que circulaban rumores sobre Leo y sobre mí, sobre nosotros y sobre los celos de Enrique, algo que no me dejaba del todo indiferente. Puedo expresarlo de un modo más directo: nunca tuve la necesidad -o la habilidad quizás- de mesurar el impacto que su muerte tendría en el curso de mi vida.
Entré. El triple XXX no estaba tan concurrido como para que no pudiese apreciarse la decoración de todos los años: unas colgajos de colores pendiendo de las vigas del techo, unos murciélagos de papier maché y brujas volando sobre escobas chupa-chups. Quedaban algunos globos danzando en algún rincón al son de los manotazos de la parroquia -demasiados cuerpos reconocidos tras máscaras y caretas y húmedos regueros de laca y purpurina- y de algún otro simulando despiste en un enarcar de cejas distante y extasiado. Ni rastro de mi chico hawaiano. Raúl, tras la barra, oficiaba el ritual de todas la noches de la semana -sin excepción, el triple XXX no se daba tregua-, algo más limitado esta vez por el espacio que ocupaban dos enormes calabazas de cera sobre la barra. Nos saludamos con un gesto de la cabeza, pero ningún de los dos intentó un acercamiento hacia el otro. Me sentía totalmente fuera de lugar, con mi camiseta de Abbey Road y mis manos en los bolsillos -restregando contra el denim de los vaqueros los padrastros y pellejos que resultaban de las mordeduras a las que sometía mis dedos-. Creo que era el único de la sección joven que no iba disfrazado, y eso me incomodaba, y creo que no sólo a mí. Divisé a mi chico apoyado contra el escenario, charlando con una momia y una cheerleader que en lugar de pompones llevaba unas esposas y un látigo. Lo miré y eché en falta el juguetear con un vaso de algo, taladrarlo y sorber seguidamente de un vaso de Bombay azul, por ejemplo. Me lo había cruzado mucho antes de llegar al centro, y su musculatura silvestre, que se insinuaba gracias a lo liviano de la camisita aquella y a lo estrecho de sus vaqueros, así como una bofetada de genuino aroma sobaquero de tío- me animaron a seguirle. No pareció darse cuenta de mi tarea, y si en realidad se percató, desde luego pareció animarme a continuar con el movimiento rítmico de su culo respingón y prieto, esa oscura hendidura humedecida por la caminata, que yo imaginaba en contacto directo con el vaquero de sus levis gastados. No me sorprendí cuando supe que nos dirigíamos al mismo sitio.
Me situé de espaldas a la puerta del baño, que quedaba en un recodo de la barra. Así podría prestar atención al de las flores, absorto en su conversación, pero también a Raúl, en caso de que me requiriese para algo. Pronto sentí que alguien me besaba en la mejilla. Era Raúl.

-Gracias -me dijo tendiéndome un vaso de algo.

Nunca he sabido si de verdad mi compañía le era tan necesaria como él decía. Jacqueline, jugando a desorientarnos a todos, siempre afirmaba lo contrario.

-Ahora tengo que volver a la barra; hay muchos nuevos, así que anima esa cara. Tormenta también está sola, te dejo con ella y así os hacéis compañía.

Volvió a su puesto tras la barra y me dejó ante una criaturita de metro y medio de estatura, que me miraba con curiosidad (o tal vez fuese su excesiva pintura de ojos la que producía esa impresión de expectación), y me sonreía bobaliconamente.

-Me ha dicho Raúl que eres nuevo.

Sorbí un poco de vodka con tónica. Tenía que reunir fuerzas.

-Hay otras muchas fiestas como ésta, muy cerca de aquí -después de todo yo también había salido con ganas de divertirme- y me esperan en otra, muy pronto, donde no soy nuevo. Todos me conocen allí. ¿Has oído hablar del Bahía Bodega?

Tormenta movió la cabeza en señal de negación. Yo di otro sorbo a mi bebida. Qué bien se había portado Raúl. El vodka era del bueno, y abundante.

-Esta noche toca ir de fiesta en fiesta, hasta que sea de día. La idea es regresar a mi casa siguiendo esta ruta -culminé señalando con un dedo uno de mis bolsillos. "¿Qué hay ahí?" esperaba que dijese Tormenta. Pero en su lugar, se oyó:

-¿Has venido solo? No, quiero decir, ¿vas a hacerlo solo?

-Se trata de conocer nuevos, ¿verdad? -dije con la mirada puesta en el chico de la camisa hawaiana.

-Espérame -Tormenta desapareció en el bosque de cuerpos danzantes. En los instantes de su ausencia, sentí que yo también podía moverme como aquella gente, tan joven y tan absurdo...

-Éste es Rickie -Tormenta trajo de la mano a un chico alto y regordete, vestido de vampiro, que se inclinó para darme un par de besos.

-Me llamo Álvar -grité todo lo que pude, para que Rickie escuchase mi nombre y mi voz por encima de la música.

Rickie me sonrió, y ahora visualizo una entrada en mi diario, anotada aquella misma noche, tras la despedida en la habitación de mi hermana: "Lo de esta noche ha sido mucho más que el buen rato con un ligue pasajero. Mientras nos mirábamos fijamente en la pista de baile del triple XXX, supe que esto ha sido un encuentro, un verdadero encuentro. Vendrán y se marcharán otras personas, arrásandonos como huracanes, pero al final de todo, estaremos siempre abocados el uno al otro, a comprendernos y soportarnos, aunque seamos incapaces de reunir tal paciencia para con nosotros mismos. Porque él y yo estamos hechos de la misma entraña corrupta y milenaria de esta ciudad. Y no va a ser fácil".

Rickie me acarició la barbilla:

-Alguien dijo algo de una fiesta en el Bahía Bodega.


CONTINUARÁ...



















No hay comentarios:

Publicar un comentario