viernes, 25 de diciembre de 2009

LAS PULSERAS SUENAN CUANDO SON DOS

EPISODIO 003
EL AROMA DE SU CUERPO ABRE UN MILLÓN DE OJOS EN LA NOCHE

Ahora recuerdo que sonaba una canción de Raffaella Carrá, y que Rickie y yo comenzamos a bailarla eufóricamente en la pista de baile, aunque como puede intuirse por la camiseta que vestía yo, no era Raffaella una de mis audiciones recurrentes.

-Nini me ha contado tus planes para esta noche -me sopló Rickie al oído. Para entonces, yo ya me había olvidado del chico de la camisa hawaiana, y de todos los seres que, de un modo u otro, nos acompañaban aquella noche- Soy un aventurero, pero no estoy dispuesto a eso de andar conociendo nuevos. Nini dice...

-¿Nini dice? -le interrumpí- ¿y qué somos tú y yo? ¿Estás dispuesto a quemar tan pronto la época en que todo son virtudes? No tengas prisa, ya llegará el desencanto, ese momento en que nos daremos cuenta de que ya nos lo sabemos todo, y dejaremos de ser nuevos.

Rickie me miró con una mueca de perplejidad -y eso que en esta ocasión fui breve-, y cuando vio que seguía bailando con naturalidad frunció el ceño con desagrado, pero no respondió nada. Simplemente siguió bailando conmigo.

-¿Y qué clase de nombre es Nini? Porque Rickie ya me imagino de dónde sale...

-¿Y Álvar? ¿Qué puedo esperar de alguien que se hace llamar de esa manera? Sobre todo si es amigo de un tío como Raúl...

-Yo he preguntado primero -titubeé. A veces me incomodaba que me asociaran con Raúl, con su superficialidad y su estilo de vida disipado e irresponsable. Creo que aunque hacía meses que los habituales no me veían con él, nuestra relación había acabado grabándose en el imaginario colectivo.

-Es un hecho que Raúl es amigo tuyo -dijo Rickie atrayendo mi mirada hacia la suya con un gesto de su mano que Leo y yo habíamos visto en una serie de televisión, y que habíamos estado imitando a escondidas sólo con la intención de divertirnos y pasar el rato- Pero salta a la vista que no te pega nada, incluso pensamos que a ti en el fondo no te gusta.

Tormenta nos miraba desde la barra. La sorprendí enviándole un mensaje cifrado a Rickie, moviendo lentamente los labios pero sin llegar a articular sonido alguno. Luego siguió bebiendo y escrutando la última fila del triple XXX, que se animaba por momentos.

-Todavía ando decidiendo si me hace más gracia llamarla Nini o Tormenta. Creo que esto último.

-Tú eres demasiado sincero para Raúl. Él sólo sabe desdeñar a la gente, incluso a sus habituales, a los que debe su trabajo aquí. Míralo, aquí viene.

Raúl se interpuso entre Rickie y yo, y sonriéndome me tendió otro vodka con tónica. Luego desapareció entre el gentío.

-Está en muy buena compañía -soltó de pronto Rickie.

Entonces vi que Tormenta se había situado sigilosamente a mi lado, y no pude evitar un cierto estremecimiento de placer. Ella me miró y asintió en silencio. Así vestidos los dos daban un poco de grima. Estaba claro que les gustaba disfrazarse, y probablemente se reunían por las tardes en casa de alguno de ellos, para ensayar y poder coordinar mejor sus poses. Como solíamos hacer Leo y yo. Rickie y Nini me parecieron, bajo la luz opalina y difuminada del triple XXX, una versión más burda y grosera de nosotros mismos. Aunque he de reconocer que posteriormente he cambiado de opinión con frecuencia, oscilando entre cierto modo de admiración velada -pues ellos tenían un mayor don de gentes que nosotros, y una envidiable capacidad de adaptación- y la piedad que me inspiraba su patetismo. Pero estoy adelantando juicios. Lo que importa ahora es que llegó el momento de tirarse a la piscina, y yo decidí hacerlo porque me apetecía bastante -era absurdo detenerse a sopesar los pros y los contras, no quería volverme a casa pensando en Leo, y sí deseando, en cambio, vivir algo nuevo para poder contarlo a todos, a Raúl y a Jacqueline, a Ati y a Tollita, y de este modo arrojar tierra sobre una historia que me estaba desquiciando y haciendo envejecer de manera meteórica. Nunca quise envejecer en Cádiz-. No había llegado todavía esa hora temida en que la fiesta comienza a decaer, y sorprendidos por los primeros indicios del amanecer, los últimos deben apresurarse en encontrar un compañero de reparto. Entonces era joven y podía permitirme diversas expresiones de mi propia soberbia -la que aún me caracteriza, según cuentan- así que pensaba marcharme de allí con la cabeza bien alta, en el momento álgido, sin rendir ningún tipo de tributo o reconocimiento a los despojos del banquete -y ya sabía quiénes serían, de igual forma que éstos me habían ubicado a mi ya en los tiempos de Leo-. Aquella noche me despediría de Raúl y Tormenta, llevándome a casa al maravilloso Rickie (pues ya había decidido que era maravilloso). Raúl se puso de morros cuando le comuniqué mi intención, y le garanticé que lo llamaría al día siguiente, para tenerlo al corriente de todo. Distinguí, ya a punto de salir a la calle, el perfil afilado de Tormenta, con su sonrisa de satisfacción, y los ojos muy abiertos -nuevamente soy incapaz de distinguir si esto no sería más que un efecto de su maquillaje-. Supuse que Rickie y ella estarían hablando en clave. Otra de sus poses frente al espejo.

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